La relación terapéutica
Así, para que exista una mayor probabilidad de éxito en la terapia, el primer paso debe ser el de generar un clima adecuado de cara a la intervención. El punto central ha de ser el establecimiento de una buena relación terapéutica, que permita que los participantes en dicha relación se sientan cómodos y seguros. Para ello, debemos aplicar todas nuestras habilidades y capacidades para garantizar un contexto idóneo.
Esto no quiere decir que perdamos la perspectiva de la relación terapeuta – cliente. Hemos de utilizar nuestras herramientas en pro de lograr esa vinculación efectiva, pero no hasta el punto de desprendernos de las obligaciones inherentes al rol profesional, descendiendo a lo que podría malinterpretarse como “una charla de amigos”.
Nuestra meta sería alcanzar ese objetivo de ayuda al otro manteniendo el equilibrio, siendo hábiles a la hora de que la balanza esté bien contrapesada.
La imagen de “profesional de bata blanca” no creemos que beneficie al demandante de ayuda, quién puede interpretar que quien está ante él es alguien rígido y difícilmente permeable a la problemática que le acucia. Y evidentemente, tampoco es favorable el otro extremo, el del profesional que traslada el mensaje de “tú y yo somos colegas”, porque cree que así genera un buen vínculo.
En ocasiones somos los mismos profesionales los que inconscientemente “boicoteamos” la relación terapéutica.
Un claro ejemplo es el expuesto por el terapeuta italiano Maurizio Coletti, y su definición del síndrome “Salvator Mundi”, indicando que “algunos terapeutas sufren una especie de ‘furor curandi’ que hace que se impliquen en la terapia mucho más allá de los deseos de los pacientes, que se motiven más que ellos y que los abrumen con exigencias, emociones, consejos, etc. El resultado es un terapeuta que ‘desborda’ energía y del que muchos clientes y pacientes acaban por huir despavoridos”.
¿Cómo definiríamos, entonces, la relación terapéutica? Goldstein y Myers hablan de “sentimientos de agrado, respeto y confianza por parte del cliente hacia el terapeuta combinados con sentimientos similares de parte de este hacia el cliente”. Ciertamente, esto es un predictor positivo de buenos resultados terapéuticos, pero no el único.
Sí parece relevante que el terapeuta tenga unas capacidades y unas características concretas a la hora de facilitar, establecer y potenciar la relación terapéutica.